Nada, só dinheiro.

Nada, sólo dinero

 

por Horst Kurnitzky

 

 

Todo depende y todo se impulsa hacia el dinero. Cosa evidente. ¿Pero cómo y por qué? La sabiduría popular únicamente ofrece verdades de perogrullo y, como cualquier otra sabiduría, se limita a vagas generalizaciones. Dice todo, pero nada. Su sospechosa claridad y modestia cubre la ilustración con una niebla de aforismos. Todo gira alrededor del dinero. ¿Qué no está dicho y escrito sobre el dinero? Money makes the world go round! ¿Es el dinero sólo un medio de circulación? Para unos es una prostituta que lo seduce todo, para otros es una moneda fraccionaria, un medio de canje, un intermediario entre mercancías, hombres e ideas; pero también un remolino cuyas revoluciones permanentes atrae todo hacia un enorme Mahlstrom, que arrastra todo y lo transforma. El dinero garantiza el mundo social y, por su poder, es revolucionado e invertido una y otra vez.

 

Así como el dinero revoluciona todo y hace posible lo imposible, así también puede conducir a la sociedad al Apocalipsis, a la autodisolución y finalmente a lo salvaje de la anarquía. El dinero une a los hombres a través del intercambio, pero puede contribuir, en el mismo momento, a la autodestrucción de la sociedad. Es un medio de canje que no solamente une y transforma, sino que también evoca deseos y codicias que ningún orden ético puede restringir; que civiliza y destruye a la misma civilización. ¿Un simple medio de canje es capaz de todo eso? ¿O bien fue elegido por razones prácticas y se ofrece como medio de canje al ser fácil de manejar y transportar, o sea, por razones de pura conveniencia? ¿Es un producto histórico que nació únicamente por la necesidad del intercambio? ¿O es mucho más? ¿Encarna el dinero una contradicción que ya no se puede resolver?

 

Como medio de infinitas acciones de intercambio, el dinero promueve el bienestar y la riqueza de los que intercambian –al menos eso dice la teoría económica– y, como encarnación de la riqueza absoluta, es, en el mismo momento, objeto de un indomable deseo pulsional, del deseo de tener algo. El conflicto entre la obligación al sacrificio y el deseo pulsional –oculto en el intercambio– despedaza a la sociedad y la conduce al engaño, a las luchas por el poder, al asesinato y al homicidio, cuando no está dominado y balanceado por la sociedad misma.

 

Como medios de canje, los precursores del dinero encarnan relaciones de sacrificio. En general, son herramientas estilizadas o símbolos de la praxis del sacrificio: conchas y caracoles que simbolizan el sexo femenino; cuchillos y hachas que sirven como instrumentos para el sacrificio; representaciones de animales del sacrificio y sus productos y; sacrificios estilizados o transformados en símbolos, como la cruz. Entonces, se podría decir que “al principio fue el dinero”, porque el dinero encarna el fundamento sacrificial de la sociedad. Se entiende que toda clase de cosas pudo haber servido como medio de intercambio, la condición sólo fue que estuviera relacionada sustancialmente con el culto del sacrificio o, al menos, que lo hubiera estado alguna vez. La palabra moneda se debe a su acuñación en el templo de la diosa Juno Moneta. ¿El templo –un banco; los sacerdotes– banqueros; los dioses –capitalistas? El dinero procede del culto de sacrificio, lo encarna y simboliza, y lo remite también, como medio de canje, a los sacrificios que permanentemente tenían que ser otorgados por los hombres a favor de la cohesión de cualquier comunidad humana: sacrificios de miembros de la misma comunidad (doncellas, donceles) o extranjeros (guerreros capturados) y sacrificios de sus sustitutos (animales, plantas y todo lo que fue incorporado en la circulación de la reproducción de la sociedad). Servicios y trabajo, la fábrica, la escuela, la administración, lo militar, y muchas otras formas de relación social, fundadas en el intercambio, son determinadas por una multitud de relaciones de sacrificio. Con base en esto se construye la sociedad. Ella es una asociación de propietarios que se encuentran entre sí en relaciones de intercambio. El intercambio estará mediado por el dinero, como el mismo dinero por mercancías y servicios.

 

En el fondo, todo dinero es ya un sustituto de sacrificios anteriores. Innumerables sustitutos de sacrificio y, una y otra vez sustitutos, contribuyen a la riqueza de la sociedad. Pero, tal y como se dijo antes, primero fue el sacrificio y después el intercambio. Éste nació del sacrificio. Si se entiende el sacrificio mismo como intercambio– yo sacrifico al dios lo que es del dios, para que él me dé bendición y riqueza-, el intercambio pierde su carácter de sacrificio y la dinámica del progreso, de un sustituto del sacrificio a otro, pierde su sentido.

 

El sacrificio, así como sus sustitutos y símbolos, encarnan una relación de reproducción sin las cuales ni siquiera se podría pensar en la sobrevivencia física de alguno de los miembros de la comunidad. La exclusión del sacrificio de la sociedad equivale a una sentencia de muerte. Esto fue así en simples sociedades tribales y esto es, hasta hoy en día, una razón para la miseria de los marginados. No trabajo, no salario, no vida.

 

Hemos sostenido que el culto al sacrificio y el mito representan, en cierto modo, a los precursores del contrato social y que la obligación a participar en el culto de sacrificio induce a su valoración universal. Sólo quien ofrece un sacrificio tiene el derecho a una parte del producto social. Las ofrendas toman cuerpo en el dinero, lo simbolizan y son intercambiadas. Los oboloi, por ejemplo, que hace 2500 años los sacerdotes intercambiaron en los templos griegos por dones de sacrificio de la comunidad son las agujas con las cuales se pinchó y asó la carne de los animales sacrificados. La brocheta conserva hasta la actualidad esta forma del ágape del sacrificio que en la Roma antigua fue practicado como trisacrificio de puerco, cordero y buey (carne que forma parte de la carne de la brocheta). Una mano de estos oboloi se llama dracma, así como hasta hoy en día la moneda griega. Ella recuerda el origen del dinero en el culto de sacrificio. La multitud de representaciones de actos de sacrificios y de herramientas de sacrificio en monedas de la antigüedad testifican la relación de la economía del dinero con el culto de sacrificio. El que el Banco de Inglaterra haga referencia, en una esquina de su edificio, a un templo redondo de Tívoli, consagrado a un dios grecorromano; el que edificios de bancos hagan referencia, una y otra vez, a la forma de los templos; el que el billete de diez dólares muestre la imagen de un templo; por no hablar del dogma de fe que se le rinde al billete de un dólar; no es casualidad, ni tampoco decoración. In God we trust quiere decir estar dispuesto a cualquier sacrificio. El dinero representa el sacrificio y es capaz, al mismo tiempo, de mediar cualquier sacrificio a través del intercambio. Quien tiene suficiente dinero está liberado del sacrificio; puede comprarlo todo. Un motivo para el egoísmo.

 

El filósofo de la moral y economista escocés Adam Smith percibió cómo la tendencia al intercambio está fundada en la naturaleza humana e hizo al egoísmo responsable del deseo de intercambio. Del egoísmo, como motor de la convivencia social, sale, hasta hoy, el concepto liberal de la economía y la sociedad. El egoísmo estimula a los hombres al intercambio, porque cualquiera quiere tener lo que es propiedad de otro. El valor de uso surge del valor de cambio. 3 Hombres con capacidades diferentes producen bienes diferentes. Ellos acumulan montones de mercancías y son estimulados, por su propio egoísmo, a intercambiar sus productos por bienes que han producido otros. Esa es la idea fundamental según la cual deben funcionar la sociedad y el intercambio. Este concepto de sociedad, de tal manera racionalmente calculable, fue indiscutible durante los siglos 18 y 19. Por eso, teóricos liberales han presumido que los grandes industriales, si quieren movilizar a la fuerza de trabajo, sólo tienen que dirigirse al egoísmo. Nunca deben hablar de necesidades, sino siempre de beneficios. Este es un principio de la propaganda comercial que vale hasta hoy. El egoísmo como motor del intercambio fue la directriz dominante del concepto liberal de la vida económica. Él es el motivo para el intercambio, mientras el intercambio mismo convierte todas las relaciones sociales en relaciones comerciales.

 

Pero la relación es ambivalente. Aunque es motor del intercambio, el egoísmo amenaza al mismo tiempo la vida civil de la sociedad, porque el deseo de apropiarse de bienes de otros existe también cuando están ausentes las relaciones de intercambio. Por eso, las restricciones, decretos y prohibiciones organizan la convivencia social: son un poder extraeconómico que se impone por obligación. El egoísmo es un deseo pulsional que requiere su satisfacción.

 

Como sabemos, no solamente la reproducción material de la comunidad está determinada por la praxis del culto de sacrificio y las correspondientes racionalizaciones del mito y la religión, la organización de la sociedad misma está basada en una cadena de preceptos y manejos de sacrificios. En el centro de cualquier formación comunitaria se ubica el tabú del incesto. Las reglas de parentesco establecen quién, cuándo y bajo qué condiciones se puede entrar en relaciones con quién. Es un reglamento que determina la reproducción física, primero de las sociedades tribales, después también de las demás formas de comunidades sociales y, hasta la actualidad, indica el fundamento del sacrificio de la sociedad por el todavía válido tabú del incesto. Son deseos pulsionales cuya satisfacción inmediata es prohibida, reemplazada por mediación y sustitución. El egoísmo es, por ejemplo, un sustituto de ese tipo, un derivado del deseo del incesto. Todo el proceso de desarrollo económico de sustituto a sustituto, como la sustitución de deseos prohibidos por sus descendientes, sigue un principio económico que domina la reproducción social y la convivencia en sociedad. La pulsión reprimida se rebela una y otra vez y busca su satisfacción a su manera. Ella va transformada en formas eróticas de relación y se dirige, una y otra vez, a nuevos fines pulsionales: juegos prohibidos, asesinatos, guerras, o aparece simplemente como adicción patológica de enriquecimiento. A este proceso debemos la diversidad cultural y la muchas veces peligrosa riqueza de singulares individuos y grupos en la sociedad.

 

Cristóbal Colón comenta en su cuaderno de bitácora ese mecanismo que se provoca automáticamente cuando los gobernantes no le pueden ofrecer al pueblo un sustituto de satisfacción en forma de “pan y circo”. Después de meses de odisea en el Atlántico, las escasas raciones y el presunto paraíso, todavía no a la vista, agravaron la situación. En estas condiciones solamente ayuda la adicción –la adicción a dios o al oro–; prenderse del absoluto cuando los deseos simples ya no se pueden satisfacer. “Siempre en busca de mujeres y oro”, escribió Cristóbal Colón. Esto fue lo que motivó a la tripulación. Fue un motor que no se pudo frenar en la finalmente alcanzada tierra firme. Una horda arrebató todo lo que brilló o al menos lo que tenía senos brillantes. Innumerables cuentos relatan los muchas veces mortales efectos de la codiciosa caza del oro. La riqueza absoluta promete el absoluto poder de la disposición absoluta. Ella no depende más de mediación social ni ligaduras.

 

El mito del rey Midas alerta sobre las consecuencias de una riqueza no social ni de otra manera mediada. Como el mito lo relata, Dioniso le concedió a Midas un libre deseo por haberle regresado a su maestro y compañero de borracheras, Silenus, a quien Midas había encontrado en su jardín de rosas. Midas pidió que todo lo que tocara se convirtiera en oro.

 

Por medio de esa magia de tocar, no sólo se cambiaron en oro piedras, flores y los muebles de su casa, sino también los alimentos y bebidas en cuanto se los llevó a la boca. Para no morirse de hambre y sed, Midas le tuvo que pedir a Dioniso que lo liberara de ese fatal don. Para ello tenía que bañarse en la fuente del río Páctolo que desde entonces lleva oro. El mito no solamente funda y racionaliza la historia real, también introduce a ella. Ahora el oro, por medio del trabajo, podía ser lavado en el río; quizá con una piel de oveja -el Bellocino de oro- cuya forma, moldeada en bronce, circuló como dinero en la Grecia antigua. El trabajo es necesario para que, mediado socialmente y transformado en oro o dinero, pueda entrar en relaciones de intercambio. Cualquier inmediatez destruye la vida social pues ésta depende de mediación y relaciones de intercambio.

 

Si el dinero es un producto del culto de sacrificio, entonces encarna sacrificios materiales, trabajo, servicios y, en el mismo momento –como materialización simbólica del sacrificio, como medio de pago universal–, está en condiciones de mediar todos los otros productos del sacrificio. Fuerza a la pulsión reprimida, al apetito sexual, al deseo de tener todo, a transgredir la ley, a emplear la violencia, e intenta adquirir directamente el dinero. El valor absoluto subordina todos los otros valores por debajo de él mismo. En tanto los compromisos se mantienen y la satisfacción de los deseos físicos y psíquicos están garantizados y balanceados en la sociedad, las violaciones de las leyes no se salen de los límites. Cuando desaparece la sociedad como sujeto legislativo y de regulación, que restringe la ambición de intereses y deseos parciales, se rompen los diques que restringen la adicción al enriquecimiento, la marea de las desencadenadas relaciones de violencia destruye los últimos restos de relaciones civiles y un salvaje se instala en su lugar.

 

Lo que son las reglas del culto de sacrificio para las sociedades tribales, son, para la sociedad moderna, las reguladas relaciones sociales y de trabajo, el contrato social y las garantías del estado de bienestar. Ellas forman la base de la reproducción física y espiritual de la sociedad. Aunque nunca, o sólo realizadas en parte, pertenecen al proyecto de una sociedad civil políticamente compuesta que reconoce los mismos derechos para todos sus miembros y comprende los derechos humanos así como los derechos económicos. Es una sociedad que proviene de la Ilustración de los siglos 17 y 18, de la Revolución francesa y de los movimientos sociales de los siglos 19 y 20. Como sujeto político e histórico, ella tiene, por razones de su propia existencia, que subordinar todos los intereses económicos particulares a las necesidades de la sociedad, porque ella es el sujeto, una sociedad de individuos que determina sus formas de vida y reproducción autónomamente, en procesos democráticos de decisión.

 

En el momento en que la relación se invierte y la sociedad ya no es el sujeto, entonces ya no es la dueña en su propia casa y, a la merced de los caprichos del capital, no puede colocar más los intereses parciales en el lugar que les corresponde. Ella va a ser liquidada como sujeto autónomo y se va a desintegrar. Esta es una tendencia que se impone hoy en día por todo el mundo capitalista. Por cierto, se trata de una tendencia que está incluida en la propia dinámica del capitalismo. Derribar todas las barreras, reconocer al egoísmo como motor psíquico esencial y promover la acumulación del capital, finalmente la producción del dinero por el dinero, fueron siempre las metas. Hasta ahora, el capitalismo ha estado formalmente bajo la tutela de las representaciones del Estado –monárquico, democrático, dictatorial– y ha tenido que servir a la sociedad. En todo caso, así surgió el capitalismo. La economía tenía que ser recurso y no finalidad en sí. La doctrina neoliberal, al abolir todas las obligaciones sociales del mercado y ya no poner trabas al libre desarrollo del capital, ha invertido totalmente la relación entre sociedad y economía. Cuando la sociedad no limita al mercado se convierte en su subarrendataria.

 

Ahora la producción del dinero por medio del dinero determina todas las formas de movimiento de la sociedad; si se puede llamar sociedad a ese producto en descomposición. Lo que vale es el dinero rápido: vender, comprar, vender; de ser posible sin concreción en ninguna mercancía material. Quizá jugar en la bolsa donde el acceso al dinero ya no está detenido por su desvío a la producción de bienes económicos. La progresiva descomposición de la sociedad y su sustitución por la sociedad anónima significa la liquidación de los fundamentos físicos y psíquicos de la vida de los individuos. Quien no puede participar en el juego es echado a la calle. Las cuadrillas de ladrones y las familias unidas en forma de bandas no pueden ser sustitutos porque no reconocen individuos ni contratos sociales, tampoco el primado de la sociedad. Este es el final de toda seguridad social. La adicción al dinero conoce, como cualquier adicción, solamente un objetivo: ceder a la atracción para llegar a la sustancia de los sueños. El tráfico de drogas y armas es sólo una etapa provisional. Éste todavía va por el desvío de un producto. Sea en la bolsa, en el casino, por corrupción, extorsión o soborno: nada, sólo dinero. Cuando el dinero sea lo único que mueva a la gente, la recaudación de fondos se convertirá en el único fin y medio de vida de los individuos; ya no existirá una sociedad.

 

Referencias

 

Horst Kurnitzky, La estructura libidinal del dinero, Siglo XXI, México 1978/1992.

 

Adam Smith, An inquiry into the nature and causes of the wealth of nations (London 1789), with an introduction by Max Lerner, New York, The Modern Library (ca. 1937)

 

Robert Graves, Los mitos griegos, Tomo I, 83 Midas, p.349-355, Alianza, Madrid 1985.

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