Editorial do La Nacion sobre as Malvinas

Do La Nacion

Las Malvinas y la trampa de la autodeterminación

Los isleños confirmaron con el reciente referéndum que son británicos y, por ende, no tienen derecho a decidir quién es legítimo dueño del suelo que pisan

Respondiendo a la actitud siempre arrogante de nuestro gobierno , las autoridades de la administración británica de las islas Malvinas convocaron, con un clima parecido, al referéndum realizado en los últimos días, que tuvo un resultado “cantado”, porque los habitantes de las islas eligieron continuar siendo lo que siempre fueron: británicos.

La hora es entonces propicia para recordar que, en doctrina, hay en rigor dos clases de “autodeterminación”. La llamada “externa”, que tiene que ver con el derecho a la independencia política, esto es a la soberanía, y la “interna”, que, en cambio, tiene que ver con el derecho de una comunidad a defender una identidad propia. También es tiempo de volver a poner sobre la mesa algo conocido: la “autodeterminación”, para la comunidad internacional, cede frente a la noción de “integridad territorial” y no puede, en derecho, servir para vulnerar o dinamitar este principio.

Ocurre que la noción de soberanía es central en un mundo dividido en Estados y no puede socavarse fácilmente recurriendo a invocar presuntos derechos a la autodeterminación. Lo que tiene sentido, ya que ciertamente no es necesario recurrir a la independencia como único camino posible para preservar social y culturalmente a una minoría. La noción de “autodeterminación” no puede invocarse, ni utilizarse impunemente, para con ella fragmentar en extremo o “balcanizar” al mundo.

En el reciente referéndum, los isleños confirmaron algo que la Argentina ha expresado siempre: que son británicos. Han ratificado, así, que son parte integrante del país con el cual la Argentina mantiene un conflicto de soberanía y que, por ende, no pueden ser ellos quienes resuelvan cuál de los dos países tiene razón.

Como bien ha señalado el ex senador y ex jefe de Gabinete Rodolfo Terragno, “la ley británica y los propios isleños coinciden en que los que habitan esas islas argentinas son parte del país que las disputa” y “no tienen derecho a decidir si ese suelo que pisan es del país de ellos o del nuestro”.

El derecho de autodeterminación es el que puede esgrimir un pueblo sometido que desea ser independiente. No es el caso de quienes hoy habitan las islas Malvinas, que no constituyen un pueblo sometido ni quieren la independencia.

Desde lo sucedido con las islas Aland, se han encontrado diversas fórmulas para resolver serenamente situaciones que, de alguna manera, tienen algún parecido con la de las islas Malvinas. Pacíficamente y sin necesidad de tensiones y presiones.

En la Conferencia de Paz de París, en 1920, los habitantes suecos de esas islas, cuya soberanía pertenece a Finlandia, reclamaron su anexión a Suecia. Y recibieron como inequívoca respuesta que no tenían derecho a la secesión. Se les recomendó entonces el camino alternativo del respeto recíproco. El de la autonomía local, bajo una garantía internacional, junto con la desmilitarización y neutralización del archipiélago. El diseño adoptado dispone que sólo los residentes finlandeses de esas islas están autorizados a comprar tierras en ellas. Para evitar así la conocida práctica de “importar” población y diluir a la existente en el territorio.

Otros ejemplos, como los de Faroe, Groenlandia, Madeira y las Azores, han seguido esa modalidad, cada uno con sus características propias y diferenciales. Todas las soluciones, cabe apuntar, se edificaron sobre el respeto al pluralismo y sobre la noción de tolerancia. Porque hasta la misma libertad desaparece cuando no hay voluntad de aceptar el pluralismo. Todos debiéramos estar hoy en disposición de comprender esto, en el continente y también en el archipiélago malvinense. Y los políticos deben advertir los riesgos impredecibles de usar esta controversia para, con ella como biombo, tratar de disimular sus problemas domésticos de otra índole, por graves que éstos fueren.

La noción de “autodeterminación” no puede transformarse sin sufrir en su propia esencia, en el absurdo camino de la intolerancia. Tampoco en la negación de la coexistencia o en la razón de los enfrentamientos. El peligroso camino de la “homogeneidad”, cabe recordar, condujo al mundo a uno de sus conflictos bélicos más inhumanos.

Es hora entonces de moderar las actitudes y comenzar a pensar en otras alternativas que, como las mencionadas, son conocidas y están claramente disponibles. Porque sin tolerancia y capacidad de escuchar para edificar juntos soluciones duraderas, no avanzaremos en la solución de un complejo diferendo, más que centenario.

El gobierno argentino, en lugar de cuestionar la validez del referéndum, debería presentar su resultado ante el Comité de Descolonización de la ONU.

Es indispensable ser pragmáticos para poder conciliar visiones y diseñar alternativas específicas con imaginación y realismo. Esto supone salir de la filosofía del “todo o nada”. Las amenazas y las provocaciones cínicas que han devenido constantes por ambos lados deben dejar paso a la serenidad y la seriedad en la búsqueda de alternativas que efectivamente puedan resolver la cuestión pendiente, con todos sus muy distintos perfiles.

Luis Nassif

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